En las pequeñas cosas está la felicidad. La teoría ya la sabía. Pero fue la semana
pasada, saliendo de la cafetería de al lado del trabajo con un café recién
hecho y un croissant de chocolate, cuando fui realmente consciente de ello.
Hacía un día fresquito, era julio y quedaban solo (digo
solo porque me anima) dos semanas para estar en una playa griega. Siempre he
sido de otoño/invierno. Odio el calor, odio sudar y hacerlo me pone del mal
humor. Me tiro todo el verano irascible y gruñona ( a no ser que esté con los
pies en agua por Santorini, claro). Así que levantarme y ver que había estado
lloviendo toda la noche, que estábamos a menos de 25 grados y que el vestido de
topos que quería volvía a estar disponible en la talla S, ya me alegró la
mañana.
Más tarde, con mi café y croissant en mano, camino a la
oficina, recordé que de pequeña soñaba con trabajar en un lugar con libros y
post-its, le decía a mi madre que iría a la oficina con el café para llevar
(con unos taconazos, saliendo de un cochazo blanco con gafas de diva italiana).
Darme cuenta que todo ese sueño es real (ya sabéis, la chicha del asunto, no
los complementos) me ha hecho muy feliz.
Y ya está.
Tan solo quería decir (decirme) que fui feliz.
No more.

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